Nada de lo que hicimos en la época escolar fue en vano. Todo llevaba al desarrollo integral de los alumnos; las actividades escolares y extra-aula que el colegio nos ofreció estaban orientadas a desarrollar algún aspecto de nuestra personalidad y nuestros talentos.
Eso fue lo que sucedió con la banda marcial, la banda de guerra, el coro, el atletismo, el periódico escolar: Nuestro Guía, las clases de mecanografía, los concursos de oratoria y declamación, por decir algunas.
La banda marcial y el Coro potenciaron seguramente nuestra coordinación y el desarrollo de algunas habilidades de tiempo y espacio, así como la lectura de otros lenguajes como el escrito en notas para transformase en vibrante sonoridad; que acompaña acciones específicas, como las celebraciones importantes dentro y fuera del colegio: honores a la bandera, desfiles del 14 y 15 de septiembre.
Demás está decir el orgullo y la alegría que se experimentaba cuando luego de esas participaciones volvíamos al colegio -a veces empapados, bajo la luvia- pero acompañados por los familiares, amigos y exalumnos que, a cada cuadra hacían una gran cohetería, incapaz de acallar el viento de nuestras trompetas. Más de alguno ¡Que buenos recuerdos! ¡Era perseguido por la novia o la prima del amigo durante todo el recorrido! Increíble que de esa época haya matrimonios que el tiempo ha consolidado.
El tiempo no deja que esas imágenes se borren de la memoria y cada año siguen sucediendo con nuevas generaciones de estudiantes que lucen el uniforme blanco por las calles – ¡Que en algún momento fueron nuestras calles! – del centro de la ciudad de Guatemala.
Detrás de esa actividad, que la banda marcial desplegaba en las calles, había muchas horas de solfeo, el maestro Hugo Juárez era el encargado de este “semillero” cuyas prácticas empezaban muy temprano en la mañana, antes de las clases y a veces seguían a las cuatro de la tarde, después de las clases.
Los que participamos teníamos que madrugar y quedarnos después de las cuatro para practicar pues la coordinación entre los distintos instrumentos de viento madera, viento metal y percusiones era muy importante a los oídos del director: el maestro García Reynolds que, no dejaba pasar ningún error en la coordinación, en el tiempo y énfasis de la ejecución.
EL salón de la banda era de “uso múltiple” pues en las otras horas servía para aula. Los armarios donde se guardaban los instrumentos formaban una “U”. En esa aula, cuando no teníamos al director, unos nos creímos Herb Albert o el mejor saxofonista del mundo… mientras otros, usaban la parte alta de los armarios de refugio para huir de algún compañero enfurecido que lo perseguía, entre escritorios y con la ventaja de la altura que los armarios le proporcionaban.
Un día muy importante fue cuando nos compraron instrumentos nuevos, que pasaron de ser amarillo dorados a plateados casi blancos y por supuesto ya sin abolladuras.
De nuestra promoción tuvieron su propia experiencia en la Banda Marcial: Francisco Corado, Pepe Quiñonez, Otto Mendoza y aún más peculiares: Fito Medina y Tito Valladares. También yo que estuve como trompeta primera entre dos virtuosos: Maco Rodas y Alfredo Amenábar; y que en el tan lejano y tan cercano 1972 fui quien llevaba la batuta.
El desarrollo que esto nos proporcionó en cuanto a trabajar en equipo, produciendo melodías, afinados y en armonía nos ha capacitado, ahora que lo pienso, para la vida.